jueves, 3 de enero de 2019

Los caminos de La Esperanza pasan por un "Puente-Fragoso"



Las anécdotas que contaré en esta entrada tuvieron lugar en La Esperanza, el antiguo colegio situado en la calle del Tejadillo, en lo que fue la vivienda del virrey Sebastián de Eslava y Lazaga, teniente general español, que ocupó el puesto de ministro de la Guerra en tiempos de Fernando VI. Hago esta aclaración porque los De Irisarri a comienzos de este milenio, decidieron dividirse: las hijas de Antonio Maria De Irisarri conservaron el nombre del plantel, pero cambiaron la sede al barrio Crespo, y su hijo Jorge, el que codirigía la institución en mi época de estudiante junto a su padre, fundó su propio centro educativo “La Nueva Esperanza”, en inmediaciones del municipio de Turbaco. Al parecer por desavenencias insalvables, según la propia web de este último.


El 24 de octubre del año pasado (qué lejano suena ya)  empezó a conformarse el grupo “1979 Colegio de La Esperanza”, a iniciativa del hoy  galeno William Castro. Recuerdo bien la fecha porque ese día cumplía 48 años de haber hecho mi Primera Comunión.

La alegría por saber unos de otros era palpable. Cada quién preguntaba por la familia, por lo que estudió, sabes qué es de fulanito, o de sutanita. Tristemente también salieron a relucir los que fallecieron tempranamente:  César, muerto en el fondo del mar mientras buceaba, a pocos días después de haber finalizado el curso; el paisa Luis Eduardo Botero, Pepe Ortega, que vivía al frente del colegio,  Randolph Teherán, que vivía en Getsemaní, y otros que se me escapan.  Descanso eterno para todos ellos.  

Y como era de esperarse empezamos a recordar anécdotas. Las instituciones dentro de la Esperanza eran dos profesores muy especiales, Guillermo Puente Villadiego, de quien recibíamos las clases de Química en 5º y 6º, y el profesor Luis Guillermo Fragoso, un duro en álgebra y trigonometría, que además fungía de jefe de disciplina, aunque a éste no lo conocí personalmente.  

El profesor Puente

No hay esperancista que no recuerde al profesor Guillermo Puente Villadiego, fallecido a finales de octubre, el mismo día, o al día siguiente de que nuestro grupo de Whatsapp se hubiese constituido. Pareciera que estaba esperando ese momento para despedirse;  su espíritu quería asegurarse de que sus antiguos alumnos volvieran a recordarlo. El realismo mágico que nos caracteriza, caramba.

Bueno, vamos al grano. Menciono en primer lugar la anécdota relatada por el ilustre egresado de nuestro colegio, el periodista y escritor Juan Gossain, invitado a un encuentro de ex-alumnos de la promoción del 65 en las instalaciones del plantel que heredó la filosofía y el buenhacer de nuestro colegio, La Nueva Esperanza.  Cuenta que un día un condiscípulo suyo,  Humberto Taylor quiso congraciarse con el profesor Puente, diciéndole “Quiero felicitarle porque me he enterado de que usted es el inventor de la fórmula del jabón Sanit K-37 que produce la Perfumería Lemaitre”, a lo que Puente le espetó “Cállese y siéntese.  Eso de que haya inventado la formulación me obliga a asegurarme de que el jabón sea cada vez mejor”. A  nosotros nos decía que si hubiese sido el inventor no pararía de trabajar mejorándola. Entonces parece que todo es una leyenda urbana. Este chascarillo, ilustra bien la manera cómo era nuestro personaje: circunspecto y reacio a todo tipo de “cepillazos” aunque con un sentido del humor bastante especial, que nos ponía a sufrir, porque muchas veces su arma predilecta era dejarnos en ridículo.  El primer día de clases en 5º, recuerda el hoy médico internista Adlay Martínez el saludo fue "Hoy comenzaremos el proceso de desanimalización de ustedes que llegan acá convertidos en animalitos". También cuando alguno de nosotros  se equivocaba en el tablero, en un ejercicio fácil, nuestro hombre en su característico tono sarcástico decía “Le tengo la fórmula para que nunca se equivoque:  piense una cosa y haga lo contrario”.
El profesor Puente, tal  como lo recuerdo. Un constructivista a nivel pedagógico y a  nivel personal una persona muy culta que hablaba con fluidez inglés y francés. Nos transmitió su pasión por científicos como Isaac Asimov, Gueorgui Gamov y Carl Sagan. También tenía una de las colecciones más importantes de música clásica,  

 “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, es un adagio que repetía cuando confundíamos conceptos, algo en que lo trató de remedar nuestro condiscípulo cachaco, hoy abogado y radicado en Canadá,  Rodrigo Naranjo, en un día en que nos tocaba en el Laboratorio, y el profesor lo pilló in fraganti y lo sacó de la clase.

El médico William Castro, el administrador de nuestro grupo de Whatsapp y el que tuvo la feliz idea de aglutinarnos,  recuerda que una vez el profesor Puente dijo algo así como “Mater tua mala burra est” y nos preguntó que qué creíamos que eso significaba. A alguno se le ocurrió responder “Tu mamá es una burra”, pero él se echó a reír y nos dijo que no todo lo que suena de una manera determinada significa lo mismo. Según el profesor lo que quería decir era: “Tu mamá come manzanas sentada”.   Esto último lo diría porque se habría dado cuenta de que la broma era demasiado fuerte. Ni qué decir de lo que nos decía a los que veníamos de las sabanas de Bolívar, Córdoba y Sucre. En sus palabras “todo aquel que venía más allá del puente de Gambote era corroncho”. Y no le faltaba razón –con algunas excepciones, entre las que me cuento, ejem–  pues a La Esperanza llegaban “los muchachos cerreros que venían a estudiar desde todos los rincones del Caribe, de montes y cañadas, de aldeas perdidas y corregimientos sin nombre, incluso de Panamá, Venezuela y Curazao.”, según Gossaín.   “La verdad es que nos domesticaron a garrotazos mientras íbamos aprendiendo los secretos de la geografía universal de Ptolomeo, las chifladuras filosóficas de Sócrates y la historia de Colombia amañada en los libros de Henao y Arrubla.” Si usted lo dice, don Juan….

“Me acuerdo del Puente –recuerda El Pibe–  cuando calificaba los exámenes y el resultado a un problema no era exacto.   Si el afectado intentaba reclamarle “Pero profesor hasta aquí estaba haciéndolo bien” a lo que él  contestaba “Sí pero la respuesta es otra. Parece que usted estaba haciendo otro problema, no éste”, y acto seguido calificaba con un  “cero huevito”.

El profesor también se divertía a costa de los que tenían el mismo apellido.  Cogía la libreta de asistencia y decía “A ver a cuál de los dos (o de los tres) llamo” mientras se quedaba mirando a uno y a otro, en plan  intimidatorio. Señalando  a uno le ordenaba “Pase usted al tablero”, para  enseguida rectificar, “No era usted, es el otro” y entonces el “indultado” respiraba hondo y decía “¡Me salvé!”...

El Profesor Fragoso

El brazo derecho de don Antonio María era el profesor Luis Guillermo Fragoso.  Según Carlos Crismatt Mouthon, el  arma de este personaje en ambas actividades (la de docente y la de vigilante) era una larga y fuerte regla de madera, cosa que Juan Gossaín corrobora en varias entrevistas y artículos que ha escrito sobre el personaje.  Hay que tener en cuenta que antaño no existían los derechos al libre desarrollo de la personalidad, por lo cual los castigos físicos en la escuela eran aceptados por la sociedad como parte de la formación de los niños y jóvenes. 

Aquí vemos al profesor Fragoso “Calvo como un espejo, aunque podían servirle de consuelo unas cejas de matorral que le infundían mayor severidad a su semblante, como si la necesitara", según Juan Gossaín, ambos en el encuentro de egresados de la promoción del año 1965 del Colegio de La Esperanza, realizado en las instalaciones de La Nueva Esperanza. Don Jorge De Irisarri es el segundo, de derecha a izquierda.


"Fragoso dominaba como un torturador de la Inquisición el arte secreto de pegar un garrotazo en el codo, sin coger puntería, de un solo golpe, limpio y seco. Una descarga eléctrica se sentía brazo arriba, hasta salir por el hombro, como si fuera una flecha envenenada". Palabras de Juan Gossaín. A este profesor no tuve el gusto de conocerlo, pero cuenta Toño del Real, vecino del Pie de la Popa donde viven ambos,  que el viejo profesor todavía mantiene su lucidez y que se va solo a pasear al Caribe Plaza, el centro comercial más famoso del sector.

El Rincón Juapo de El Mono Escobar

Cuenta Gossaían que en la época en que estudiaba como interno había dos dormitorios de trescientas literas cada uno. En el fondo del segundo quedaba ‘Rincón Juapo', que el Mono Escobar había convertido en una república independiente. El Mono, que se hizo famoso décadas después  por ser la cara visible  del Festival de Música del Caribe,  se declaró alcalde de aquella guarida de rufianes, trazó una línea de tiza en el suelo y puso un letrero que decía: “Profesores, abstenerse de cruzar la raya. Aquí no entra ni la policía”. Hay un incidente entre dos personajes, Muchilanga y Molécula, pero por considerarla un poco fuerte, paso de relatarla. Sin embargo, en las fuentes que cito, está el artículo escrito por Gossaín para la revista SoHo. 

El garrote de Fragoso enseñó a esas generaciones que nos precedieron que el talento sin disciplina no es más que un desperdicio. Pero, lo más importante,  también enseñaron a aprender a pensar y a discutir en una cátedra libre, repleta de conocimientos.  

Fuentes:
"Colegio de La Esperanza: del priqui priqui a la excelencia", artículo de Carlos Crismatt Mouthon en la web cartagenadeindiasweb.
"Evocación feliz de un garrotazo en el codo", Juan Gossaín (Revista SoHO)
Apuntes del grupo de Whastsapp “1979 – Colegio de La Esperanza”
La foto del profesor Puente es cortesía de Ilsy Palencia





miércoles, 2 de enero de 2019

Recuerdos de La Esperanza

Hoy 2 de enero se cumplen 149 años de la fundación del colegio de La Esperanza,  el plantel más antiguo de Cartagena Indias,  que ha estado manejado desde hace cuatro generaciones por una sola familia, los Irisarri, y que llegó a ser considerado, hasta su escisión en el albor del nuevo milenio en dos planteles,  como de los mejores  centros  educativos del país, según el  Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES).  

La Esperanza en un principio era un colegio eminentemente masculino, creado para educar a las élites conservadoras  que muy pronto contó entre sus estudiantes a destacados personajes de la vida nacional y a futuros presidentes de la que luego sería la República de Panamá. Fue fundado en 1870 por Abel De Irisarri, de origen vasco,   en compañía del general Joaquín F. Vélez,  quien fue Jefe  y Civil del departamento de Bolívar durante la Guerra de los Mil Días, Embajador de Colombia ante la Santa Sede y encargado de suscribir el Concordato de 1886. 

El plantel  tuvo una primera etapa efímera;  las guerras civiles que se vivieron durante el final del siglo pasado se vio en la necesidad de cerrar sus puertas. El hijo de don Abel, Antonio José de Irisarri,  desterrado en Panamá con toda la familia, a su regreso a Cartagena reabrió la institución, de la que fue su rector hasta su muerte en 1932. A partir de esa fecha tomó las riendas el hijo de éste, Antonio María De Irisarri, quien aún en vida delegó en su hijo Jorge, la dirección del colegio. Fue Don Jorge el que se encargó de situar al Colegio de La Esperanza entre los primeros del país. Sin embargo, en 2001, “ante insalvables desavenencias familiares (con sus hermanas)”  Jorge De Irisarri optó por dar continuidad al legado educativo de la familia fundando  el Colegio La Nueva Esperanza


Me tomo la molestia de destacar este efemérides porque fue en este plantel donde yo tuve la oportunidad de estudiar los dos últimos años del bachillerato (1978 y 1979). Para mí fue todo un reto porque el colegio tenía la fama de ser muy teso,   austero y de una disciplina de corte militar, pero decir que se estudiaba en La Esperanza, inspiraba respeto, porque no todos aguantaban el nivel  de exigencia en los estudios, y, de esta forma,  cuando empezaron a aparecer los recursos tecnológicos en las aulas de los colegios de cierto prestigio, por allá a finales de los ochentas, La Esperanza destronó a los sofisticados colegios capitalinos en más de una ocasión.  A partir de 1986,  y con excepción de 1990 —cuando ocupó el segundo lugar— ningún plantel del país había  logrado superarlo en el escalafón del Icfes. Pero fue en 1992, en  las pruebas del Estado que esta institución  realiza para comprobar el desarrollo de competencias de los estudiantes, cuando superó todas las expectativas: uno de sus alumnos obtuvo en el exámen 399 puntos sobre 400,  y quedó clasificado con la nota más elevada en todo el país.

Ante semejantes resultados, la inquietud que surgió era cómo podía La Esperanza  alcanzar esos récords  si el colegio empleaba  los mismos libros de texto que utilizaban miles de planteles en el país,  si los profesores no tenían preparación distinta a la de la mayoría de sus colegas,  si el pénsum era idéntico al de la mayor parte de establecimientos, ¿qué era, pues,  lo que distinguía a La Esperanza para obtener semejantes resultados? La explicación era muy sencilla:  sus métodos de enseñanza a la antigua. Los estudiantes del Colegio de La Esperanza estudiábamos como lo hacían los abuelos, con una disciplina férrea, ceñidos a los textos, con un gran énfasis en la cultura general y en lo científico,  poca calculadora, pocos deportes, y mucha severidad. "Nosotros no tenemos genios, decía  entonces Jorge De Irisarri,  tenemos alumnos trabajados". Y el trabajo, en La Esperanza, era (y sigue siendo en el nuevo centro que regenta)  sinónimo de tiempo, esfuerzo y dedicación

Aunque el Colegio de La Esperanza no tuviera los atractivos ni los medios de otros colegios de Cartagena, lo cierto es muchos de padres aspiraban a ver a sus hijos graduarse de bachilleres allí. Los Irisarri le imprimieron al plantel su sentido de la moral, la disciplina y el trabajo que lo caracterizaron a lo largo de su historia.

Hasta aquí esta primera parte. Mañana viene lo bueno: las anécdotas con el profesor Luis Guillermo Fragoso y Guillermo Puente Villadiego,  fallecido recientemente, justo el día en que los egresados de la promoción del año 1979, constituimos un grupo de WhatsApp.

Fuente: Revista Semana