Las anécdotas que contaré en esta entrada tuvieron lugar en
La Esperanza, el antiguo colegio situado en la calle del Tejadillo, en lo que
fue la vivienda del virrey Sebastián de Eslava y Lazaga, teniente general
español, que ocupó el puesto de ministro de la Guerra en tiempos de Fernando
VI. Hago esta aclaración porque los De Irisarri a comienzos de este milenio,
decidieron dividirse: las hijas de Antonio Maria De Irisarri conservaron el
nombre del plantel, pero cambiaron la sede al barrio Crespo, y su hijo Jorge,
el que codirigía la institución en mi época de estudiante junto a su padre,
fundó su propio centro educativo “La Nueva Esperanza”, en inmediaciones del
municipio de Turbaco. Al parecer por desavenencias insalvables, según la propia
web de este último.
El 24 de octubre del año pasado (qué lejano suena ya) empezó a conformarse el grupo “1979 Colegio
de La Esperanza”, a iniciativa del hoy
galeno William Castro. Recuerdo bien la fecha porque ese día cumplía 48
años de haber hecho mi Primera Comunión.
La alegría por saber unos de otros era palpable. Cada quién
preguntaba por la familia, por lo que estudió, sabes qué es de fulanito, o de
sutanita. Tristemente también salieron a relucir los que fallecieron
tempranamente: César, muerto en el fondo
del mar mientras buceaba, a pocos días después de haber finalizado el curso; el
paisa Luis Eduardo Botero, Pepe Ortega, que vivía al frente del colegio, Randolph Teherán, que vivía en Getsemaní, y
otros que se me escapan. Descanso eterno
para todos ellos.
Y como era de esperarse empezamos a recordar anécdotas. Las instituciones dentro de la Esperanza eran dos profesores
muy especiales, Guillermo Puente Villadiego, de quien recibíamos las clases de
Química en 5º y 6º, y el profesor Luis Guillermo Fragoso, un duro en álgebra y
trigonometría, que además fungía de jefe de disciplina, aunque a éste no lo conocí personalmente.
El profesor Puente
No hay esperancista que no recuerde al profesor Guillermo
Puente Villadiego, fallecido a finales de octubre, el mismo día, o al día
siguiente de que nuestro grupo de Whatsapp se hubiese constituido. Pareciera
que estaba esperando ese momento para despedirse; su espíritu quería asegurarse de que sus
antiguos alumnos volvieran a recordarlo. El realismo mágico que nos
caracteriza, caramba.
Bueno, vamos al grano. Menciono en primer
lugar la anécdota relatada por el ilustre egresado de nuestro colegio, el periodista y escritor Juan Gossain, invitado a un encuentro de ex-alumnos de la promoción
del 65 en las instalaciones del plantel que heredó la filosofía y el buenhacer
de nuestro colegio, La Nueva Esperanza. Cuenta que un día un condiscípulo suyo, Humberto Taylor quiso congraciarse con el
profesor Puente, diciéndole “Quiero felicitarle porque me he enterado de que
usted es el inventor de la fórmula del jabón Sanit K-37 que produce
la Perfumería Lemaitre”, a lo que Puente le espetó “Cállese y siéntese. Eso de que haya inventado la formulación me
obliga a asegurarme de que el jabón sea cada vez mejor”. A nosotros nos decía que si hubiese sido el inventor no pararía de trabajar mejorándola. Entonces parece que todo es una leyenda urbana. Este chascarillo,
ilustra bien la manera cómo era nuestro personaje: circunspecto y reacio a todo tipo
de “cepillazos” aunque con un sentido del humor bastante especial, que nos
ponía a sufrir, porque muchas veces su arma predilecta era dejarnos en ridículo. El primer día de clases en 5º, recuerda el hoy médico internista Adlay Martínez el saludo fue "Hoy comenzaremos el proceso de desanimalización de ustedes que llegan acá convertidos en animalitos". También cuando alguno de nosotros se equivocaba en el tablero, en un ejercicio
fácil, nuestro hombre en su característico tono sarcástico decía “Le tengo la
fórmula para que nunca se equivoque:
piense una cosa y haga lo contrario”.
“Una cosa es una cosa y otra cosa es
otra cosa”, es un adagio que repetía cuando confundíamos conceptos, algo en que lo trató de remedar nuestro condiscípulo cachaco, hoy abogado y radicado en Canadá, Rodrigo Naranjo, en un día en que nos tocaba en el Laboratorio, y el profesor
lo pilló in fraganti y lo sacó de la
clase.
El médico William Castro, el administrador de nuestro grupo de Whatsapp y el que tuvo la feliz idea de aglutinarnos, recuerda que una vez el profesor Puente dijo algo así como “Mater tua mala burra est” y nos
preguntó que qué creíamos que eso significaba. A alguno se le ocurrió responder “Tu
mamá es una burra”, pero él se echó a reír y nos dijo
que no todo lo que suena de una manera determinada significa lo mismo. Según el profesor
lo que quería decir era: “Tu mamá come manzanas sentada”. Esto último
lo diría porque se habría dado cuenta de que la broma era demasiado fuerte. Ni
qué decir de lo que nos decía a los que veníamos de las sabanas de Bolívar,
Córdoba y Sucre. En sus palabras “todo aquel que venía más allá del puente de
Gambote era corroncho”. Y no le faltaba razón –con algunas excepciones, entre
las que me cuento, ejem– pues a La
Esperanza llegaban “los muchachos cerreros que venían a estudiar desde todos
los rincones del Caribe, de montes y cañadas, de aldeas perdidas y
corregimientos sin nombre, incluso de Panamá, Venezuela y Curazao.”, según
Gossaín. “La verdad es que nos
domesticaron a garrotazos mientras íbamos aprendiendo los secretos de la
geografía universal de Ptolomeo, las chifladuras filosóficas de Sócrates y la
historia de Colombia amañada en los libros de Henao y Arrubla.” Si usted lo
dice, don Juan….
“Me acuerdo del Puente –recuerda El Pibe– cuando calificaba los exámenes y el resultado
a un problema no era exacto. Si el
afectado intentaba reclamarle “Pero profesor hasta aquí estaba haciéndolo bien”
a lo que él contestaba “Sí pero la
respuesta es otra. Parece que usted estaba haciendo otro problema, no éste”, y
acto seguido calificaba con un “cero
huevito”.
El profesor también se divertía a costa de los que tenían el
mismo apellido. Cogía la libreta de asistencia
y decía “A ver a cuál de los dos (o de los tres) llamo” mientras se quedaba
mirando a uno y a otro, en plan
intimidatorio. Señalando a uno le
ordenaba “Pase usted al tablero”, para
enseguida rectificar, “No era usted, es el otro” y entonces el “indultado”
respiraba hondo y decía “¡Me salvé!”...
El Profesor Fragoso
El brazo derecho de don Antonio María era el profesor Luis
Guillermo Fragoso. Según Carlos Crismatt Mouthon, el arma de este personaje en ambas actividades (la de docente y la de vigilante) era una larga y fuerte regla de madera, cosa que Juan Gossaín corrobora en varias entrevistas y artículos que ha escrito sobre el personaje. Hay que tener en cuenta que antaño no existían los derechos al libre desarrollo de la personalidad, por lo cual los castigos físicos en la escuela eran aceptados por la sociedad como parte de la formación de los niños y jóvenes.
"Fragoso dominaba como un torturador de la Inquisición el
arte secreto de pegar un garrotazo en el codo, sin coger puntería, de un solo
golpe, limpio y seco. Una descarga eléctrica se sentía brazo arriba, hasta
salir por el hombro, como si fuera una flecha envenenada". Palabras de Juan Gossaín. A este profesor no
tuve el gusto de conocerlo, pero cuenta Toño del Real, vecino del Pie de la Popa donde viven ambos, que el viejo profesor todavía mantiene su
lucidez y que se va solo a pasear al Caribe Plaza, el centro comercial más famoso del sector.
El Rincón Juapo de El Mono Escobar
Cuenta Gossaían que en la época en que estudiaba como
interno había dos dormitorios de trescientas literas cada uno. En el fondo del
segundo quedaba ‘Rincón Juapo', que el Mono Escobar había convertido en una
república independiente. El Mono, que se hizo famoso décadas después por ser la cara visible del Festival de Música del Caribe, se declaró alcalde de aquella guarida de
rufianes, trazó una línea de tiza en el suelo y puso un letrero que decía:
“Profesores, abstenerse de cruzar la raya. Aquí no entra ni la policía”. Hay un incidente entre dos personajes, Muchilanga y Molécula, pero por considerarla un poco fuerte, paso de relatarla. Sin embargo, en las fuentes que cito, está el artículo escrito por Gossaín para la revista SoHo.
El garrote de Fragoso enseñó a esas generaciones que nos precedieron que el talento sin
disciplina no es más que un desperdicio. Pero, lo más importante, también enseñaron a aprender a pensar y a discutir en
una cátedra libre, repleta de conocimientos.
Fuentes:
"Colegio de La Esperanza: del priqui priqui a la excelencia",
artículo de Carlos Crismatt Mouthon en la web cartagenadeindiasweb.
"Evocación feliz de un garrotazo en el codo", Juan Gossaín (Revista SoHO)
Apuntes del grupo de Whastsapp “1979 – Colegio de La
Esperanza”
La foto del profesor Puente es cortesía de Ilsy Palencia