Confieso -aunque peque de presumida- que una de las cosas que más extraño de mi tierra caribeña son los halagos callejeros, que para mí es lo que son los piropos. No entiendo cómo hay mujeres que dicen molestarse con este tipo de cumplidos (de los que excluyo por supuesto las vulgaridades y obscenidades que lanzan los misóginos, desadaptados sociales) cuando son una señal de reconocimiento, de que la señora o señorita en cuestión no pasa desapercibida con sus atributos –como defiende el periodista Alberto Salcedo en su "Elogio del Piropo"– o por la forma como luce ese día, ese momento en particular.
Un piropo
es como un signo de que una sociedad es vital y alegre, que conserva la
capacidad de regodearse con la belleza que le entra por los ojos, a pesar de
los problemas que la aquejan. Esta especie de definición me la invento yo
y aplicaría sólo para el trópico, como se llama al Caribe por acá. Sin
embargo, el piropo no es patrimonio exclusivo de ninguna zona: está o
estuvo vigente en España, en muchos países de cultura mediterránea
y, por supuesto, en todos los países y ciudades de habla hispana y otras
partes del mundo.
He notado al
navegar por Internet, tratando de ahondar un poco en el tema, de que en algunas
páginas españolas se habla de que el piropo forma parte del pasado, mientras
que en otras se habla del mismo como una parte de la vida cotidiana (páginas
latinoamericanas), y para otras no ser otra cosa que una forma de acoso sexual.
En “Me gustaría ser baldosa…”,
trabajo de investigación de una estudiante de lengua y literatura hispana de la
Universidad de Göteborg (Suecia), se señala: “No sorprende que el
piropo actual no despierte tanto interés como objeto de estudio. El argumento
más fuerte a favor de que el piropo brille por su ausencia en la calle suele
ser que su vertiente ‘romántica y halagadora’ ha desaparecido, para dar paso a
la vulgar que involucra una carga sexual o injuriosa fuerte”.
El piropo, a este lado del
charco, es visto entonces como “una
práctica machista, pues desde la biología del hombre se ha aceptado ese deseo
sexual que se tiene hacia la mujer, y asimismo, del derecho a expresarlo
libremente. En estos casos, la mujer se ve obligada (¿?)
a convivir con este acto que muchas veces ha afectado su dignidad y ha
transgredido sus límites como persona, en cuanto a que es evaluada abiertamente
en contra de su voluntad, resaltando sus atributos y cosificándola, sin que
ella lo desee”. Y continúa “Podría sonar muy feminista, pero estas formas de
expresión invaden la privacidad y modifican la conducta de la
mujer, pues es abordada sin previo aviso, por mensajes que muchas veces
destruyen su personalidad(¡!)”. Vaya, por Dios!.
Por fortuna, soy de una tierra
donde el piropo sigue “vivito y coleando” y no es visto como un atropello, creo
que para la inmensa mayoría de mujeres, y más bien pobres de
aquellas que se vean privadas de esta especie de terapia para la autoestima.
Doy cuenta a continuación de sus orígenes y motivaciones,
para lo cual me remito al mismo trabajo de investigación.
"No fue hasta el
siglo XX que el piropo se convirtió en objeto de estudio, inicialmente por su
“morfología y estilística”. Pero con el transcurso del tiempo el fenómeno
también fue cobrando interés por su valor sociocultural, tanto en el mundo
hispanohablante como en otros países del mundo (Calvo Carilla, Suárez-Orozco)".
Según Gabriela Presig
-investigadora venezolana citada en la investigación que nos ocupa- “el piropo se ha nutrido en gran
medida del teatro castizo, y es fruto del majismo y los majos del siglo
dieciocho, cuya forma de piropear era muy distinta a la de las clases altas. El
lenguaje espontáneo, chistoso y atrevido que tenía el pueblo y los majos cuando
cortejaban, y que también ocupó los escenarios y apareció en obras literarias,
entretenía y hechizaba a los espectadores".
Tan vulgares le llegaron a
parecer los piropos al dictador Primo de Rivera que en la primera mitad del
siglo pasado prohibió su uso en la calle, una ley que con el paso de tiempo se
borró (Suárez-Orozco 113).´*
El mismo trabajo apunta "Tanto la investigadora
venezolana como Calvo Carilla estiman que fueron sobre todo los cambios
socio-culturales que sufrió España en los años 60 que causaron su decadencia,
causas que se pueden resumir en una sola: la evolución de la posición de la
mujer." De tal suerte
que las féminas emancipadas de esa época, y por ende las de ahora, no quieren
ser objeto de halagos callejeros, no sea que se les vea sólo como
"una cosa" y ay de quien se atreva a denigrarlas: pueden
llevarse un par de "ostias".
Pues sí, señoras
y señores, así de complicado está el tema, cuando el pobre piropo debería ser
visto como manifestación surgida de la necesidad del hombre de
comunicarse con el otro; en este caso la necesidad del hombre de tener un
contacto e intercambio con su más cercana compañera, la mujer. El piropo es simple
y llanamente como una primera forma de sexualidad aunque ninguno de
los que se han dedicado a estudiarlo en rigor negarían su actitud ambigua (unas
veces ensalza otras puede resultar soez).
Ante semejante
embrollo, los hombres españoles, de cierta edad aclaro,
han optado por callar, y lo máximo a lo que uno puede aspirar
es un tímido “Adiós, guapa!” o una simple mirada. Hace falta el salero de
los piropos por las calles para que valga la pena emperifollarse.
*Idem