“Hoy es viernes de icotea, salpicón de bagre o toyo, arroz con frijol, ensalada roja, dulce de leche con coco y bastante RON”.
Esta especie de decreto gastronómico lo publicó en Facebook un excompañero de trabajo de Petco, el anterior viernes de cuaresma. La amonestación por lo del ron no se la dí ese día, pero ahora le recuerdo a mi apreciado Nando Solana, que cuaresma es vigilia y abstinencia; ayuno y recogimiento; penitencia y mortificación; reflexión y tener en cuenta los cuarenta días de ayuno de Cristo en el desierto, por lo tanto, el licor está fuera de lugar… o fuera de contexto.
Pero se me va la olla si me pongo a explicar por qué en la Costa se da esa combinación de abstinencia (del consumo de carne) y flexibilidad a la hora de ingerir alcohol. Baste decir que la cultura costeña se asienta sobre criterios de rechazo a todo lo que es disciplina, a la vida estilo militar o monástica.
A lo que íbamos. Yo, mientras estuve en Colombia, jamás probé la icotea, por cierto remilgo que le tenía mi madre al consumo de quelónidos, y ya de mayor la conciencia ecológica me impedía hacerlo, toda vez que la pobre está en peligro de extinción. El salpicón de bagre no es que me desvele mucho, pero sí el arroz con fríjol "cabecita negra" -y si es con coco, ni se diga-; o un bocachico frito, acompañado con patacones y la ensalada roja, como sugiere Nando, aunque para mí es mejor la de lechuga con aguacate, aliñada con bastante limón.
Cuando me vine para España, todos estos manjares los he podido consumir perfectamente sin mayor problema, a excepción de los pescados propios de nuestra región; de bocachico no sé hace como 3 años. También extraño mucho por estas fechas el mote de queso, el arroz de camarón, como ese que vendía Socorro allá en Bazurto, y de postre enyucados (en los que soy una verdadera experta), o cualquiera de los dulces que se hacen por estas fechas: el de guandú, el de ñame, el de batata, el de piña con coco, el de icaco, o el que es el summa cum laude de estos dulces, el de mongo-mongo, preparado con mango "jecho" (no muy maduro), plátano maduro, piña, mamey, batata, coco rallado, panela y especies como clavo, canela y pimienta de olor.
Pero haciendo honor a la verdad, por acá la cocina de cuaresma no está nada mal y ante la escasez o total ausencia de muchos ingredientes, ha tocado ajustarse a los modos de vivir cada celebración. El viernes pasado, por ejemplo, preparé un potaje de vigilia, "plato fatal, que olemos en todas las casas católicas los días de vigilia y que presentimos con amargura quince días antes del marcado para la abstinencia". Esto es una exageración de don Manuel Puga y Parga, quien fuera alcalde de A Coruña, más conocido en los círculos gastronómicos por el seudónimo de "Picadillo". Este guiso de garbanzos, hecho con bacalao o con espinacas, bien merece la pena, claro que nunca como un sancochito de sábalo con leche de coco.
Este viernes, o sea ayer, el menú fue a lo pobre: de “primero” una sopa de ajo a la zamorana, con bastante pimentón (a lo que en Colombia le llamamos páprika) y de “segundo” arroz de ayuno. Para la otra semana me apetecería un arroz de Bogavante, pero como no sé hacerlo, mejor no me arriesgo y sale por un ojo, además. Improvisaré tal vez una fideuá, la bouillabaisse española, es decir un guiso de pescadores, o unos buñuelos de bacalao (o bacalao con nata y patatas, todo gratinado, pero ya esto es de Portugal) con alguna arrocito tres delicias. Como buena costeña, el arroz no lo puedo dejar, es un ingrediente fundamentalísimo en nuestra mesas, como lo es el pan por estos lares. De postre, torrijas, hechas con el pan que sobró el día anterior, o tal vez me arriesgue con "Ánimas del purgatorio", unas natillas hechas con remolacha, que nunca me he aventurado a hacer, pero quien quita que el próximo viernes me anime.
No obstante hay una cosa que tiene mucho encanto que por allá no seguimos y acá en España sólo se ve en las pastelerías: la tradición de los huevos de Pascua. Esta es una costumbre muy arraigada en Estados Unidos, el centro de Europa e Inglaterra y viene de hace poco más de 8 siglos. Debido a que los cristianos católicos que seguían la abstinencia cuaresmal no podían comer huevos, por considerarlos equivalentes a la carne, los cocían y los pintaban para diferenciarlos de los frescos y poder así consumirlos. Los huevos están pintados de diferentes colores y se regalan en pequeñas cestas. El comercio y la modernidad por su parte se han encargado de incorporar los huevos de chocolate y los huevos de plástico para rellenarlos de caramelos, y que según la leyenda son escondidos por el Conejo de Pascua para que los niños los busquen, y por consiguiente,los encuentren y se los coman. En Argentina y Uruguay, se conserva la tradición de regalar huevos de Pascua decorados artesanalmente con glasé multicolor o bien en chocolate. Y ¿qué pinta el conejo en todo esto? Pues que es el personaje que los trae, así como el niño Dios o los reyes magos traen regalos por navidades. Los padres esconden los huevos en el jardín y a primera hora de la mañana del domingo de pascua invitan a sus hijos pequeños para que salgan a encontrarlos.
Me pregunto cuál será el menú del sábado de gloria para Nando Solana ¿acaso sancocho de gallina criolla, pasteles o pato guisado en zumo de coco?. Cuenta Nando, cuenta.
sábado, 17 de marzo de 2012
domingo, 4 de marzo de 2012
Los nativos digitales
El tema de hoy se aleja se aleja de los festejos y del costumbrismo al cual me he venido refiriendo en los últimos posts. Lo escribo a partir de un incidente sucedido, hará ya 3 meses, en la Facultad de Comunicación Social de una prestigiosa universidad de la capital de mi país, donde un profesor renunció a su cátedra desolado al percatarse de que la mayoría de sus alumnos eran incapaces de hacer un resumen a partir de un texto de mayor extensión, atendiendo los “más básicos mandatos del lenguaje escrito –ortografía, sintaxis- y se cuidaran las mínimas normas de cortesía de quien escribe con su lector: claridad, economía, pertinencia”.
El profesor había asignado la tarea de sintetizar un libro a 30 alumnos de semestres avanzados. "Era solo componer un resumen de un párrafo (100 palabras) sin errores vistosos", explicaba, en un plazo de cuatro meses. El resultado fue un desastre. Ninguno pudo presentar un texto aceptable, compacto y claro, sin faltas de ortografía ni de gramática. "Tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo", agregaba. Pero fracasaron.
Los estudiantes de esta universidad, pertenecientes a clases medias o altas, provienen de colegios particulares, bilingües en su mayoría. Pero el problema no era sólo que fuesen incapaces de redactar un párrafo en condiciones, sino que en general “parecen apáticos, desconocen la ironía y muestran escasa curiosidad”, según el mismo profesor.
Si los alumnos de últimos semestres de Comunicación no logran comunicarse, ¿qué cabe esperar de los demás?, se preguntaba Daniel Samper Pizano, al comentar el caso en su columna del diario El Tiempo, tres días después de haber sido publicada la renuncia del profesor en su blog, que registró una cifra récord de 301 comentarios, la mayoría apoyando su decisión.
Pero esto ya no es noticia. Ya está todo dicho, sin embargo, el trasfondo de la situación, la ausencia de curiosidad y de crítica, la superficialidad, la carencia de espíritu investigativo, la elaboración de razones y argumentos de las que carecen muchos jóvenes, sigue en el tapete.
“No entiendo sus nuevos intereses. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombies… Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google.
La culpa, según parece, la tiene tanta exposición a las nuevas tecnologías. Pero yo quiero romper una lanza en favor de estos muchachos pertenecientes a la generación Y y Z: ¿Qué se puede esperar de unos chicos, hijos de padres que pasan todo el día trabajando y que cuando llegan a casa no les quedan energías para jugar o conversar con ellos, y donde su crianza ha corrido por cuenta de una abuela cansada o de una empleada doméstica que va a los suyo, y que por razones de seguridad se decidió tener a estos niños seguros en casa antes que expuestos a los peligros de la calle?.
Gran parte de esta generación son pues jóvenes aplicados a las nuevas tecnologías, consumistas y algunas veces pesimistas, que han tenido acceso desde muy pequeños a un aparato de DVD, internet, SMS, y el famoso YouTube, por lo cual se les denomina a los integrantes de esta generación los nativos digitales. Debido a que es una generación que surgió recientemente y es todavía muy joven, se considera que la misma se encuentra en formación, según Wikipedia.
Así es que hay que mirar el problema desde una óptica más comprensiva. Estos jovencitos han tenido la suerte (¿?) de contar con Google, un invento tan trascendental como el de los tipos móviles de Gutenberg hace 500 años. ¿Qué resulta de todo esto? Superficie en vez de profundidad, viajes en vez de inmersiones, juego en vez de sufrimiento. El silencio, la introspección no tienen cabida y hay que tener agallas para sustraerse a todo este bombardeo.
Conste de que no estoy defendiendo esta línea de la menor resistencia, pero también hay que ser conscientes de que el ingenio -pienso yo- sólo emerge cuando se está expuesto a los avatares de la vida, a la escasez antes que a la abundancia.
Pero también surge la cuestión de cómo alguien a quien no le gustan los libros estudia para ser editor? ¿De dónde deriva esta falta de coherencia?. ¿Qué motivación puede haber para meterse a estudiar Comunicación Social a sabiendas de que es una carrera que exige espíritu investigativo, buena redacción, capacidad de síntesis y otra serie de requisitos? O será que en esta sociedad que rinde culto a la imagen sólo ambicionan presentar noticieros y magazines o hacer producción de comerciales, para lo cual también se requieren unas competencias? El tema es complejo y da para mucho análisis.
De todas formas estos jóvenes si no se pellizcan no lo tendrán fácil, a pesar de que sus padres se preocupen por dejarles la vida resuelta. Estamos en una sociedad cada vez más competida, donde los mejor preparados serán los que acceden a los mejores empleos, sin meterme a hablar de las cualidades que se exigen para poner en práctica el empoderamiento. Habrá que hacer algo para que estas nuevas generaciones despierten del marasmo en el que están sumergidos y darles una alternativa distinta a la que propone el eslogan “Estás conectado o no existes”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)